domingo, 30 de agosto de 2009

"Roma", de Nikolai Gógol


Empezando a comprar material de lectura para el principio de curso, una librería de Valencia, utilizando las mejores técnicas del merchandising, me incita a la compra impulsiva. Pero en este caso, en lugar de las pilas o los caramelos de última hora, el material ofrecido son pequeños títulos de una colección de la que ya he hablado en estas páginas: Paisajes narrados, de Editorial Minúscula. Y entre los títulos, descubro un libro que no conocía: ”Roma”, del ruso (ucraniano en realidad), Nikolái Vasílievich Gógol.

Al parecer, Gógol pasó casi cinco años viviendo en Italia y Alemania, y viajó también por Francia y Suiza. Entre 1838 y 1842 vivió en Roma, en la Via Sistina. En esta época, que marca su período de mayor creatividad, escribe sus novelas más conocidas, Almas muertas y la histórica Taras Bulba. El impacto que le causó su estancia en Roma le llevó a empezar una novela, de la cual este texto podría ser un fragmento inicial, si bien nunca la continuó, publicándola en su forma actual. Por eso, otros piensan que el texto fue escrito así voluntariamente.

Y es que, el inicio del breve texto, desorienta. Como nos cuenta la contraportada, la bellísima Annunziata deslumbra a un joven príncipe romano. «Intenta mirar un relámpago en el instante mismo en que irrumpe como un torrente de resplandor por entre las nubes negras como el carbón. Así son los ojos de Annunziata de Albano». Pero cuando todo parece indicar que se trata del comienzo de una historia de amor, descubrimos que la verdadera historia de amor es con Roma.

Después de un pasaje en el que Gógol nos cuenta la estancia del príncipe en París, ciudad sobre la que descarga todas sus críticas, el autor realiza un canto apasionado de la Roma vivida, de sus monumentos, gentes, paisajes, con una prosa extraordinaria, que nos permite pasear por sus calles y contemplarlas con la mirada del enamorado. Gógol nos transmite su entusiasmo por una Roma eterna, que refleja todos los valores en los que cree, y sobre todo, lo hace con una belleza encantadora, al hablar de los rincones, las piedras, las iglesias, el arte. Sus palabras lo hacen de mejor forma que cualquier imagen, porque alcanzan el alma de la ciudad, y permanecen porque esa alma también perdura.

Así, cuando el príncipe regresa después de su estancia parisina, Gógol escribe: “se aisló completamente y se dedicó a visitar Roma. Se convirtió en el extranjero que primero se sorprende ante su apariencia gris y miserable, sus casas oscuras y llenas de manchas y, perplejo, se pregunta mientras va de callejuela en callejuela: “¿Dónde está la grandiosa Roma antigua?”. Pero luego, poco a poco, comienza a conocerla cuando ve surgir en el corazón de aquellas angostas callecitas un arco ennegrecido, una cornisa de mármol incrustada en un muro, una columna de pórfido oscurecida, un frontón en medio de un apestoso mercado de pescado o todo un pórtico frente a una iglesia nueva".


Pero sobre todo el final es espectacular y no resisto a transcribirlo. En su búsqueda, poco intensa por otra parte, de la hermosísima Annunziata, el príncipe sube al Gianicolo, y Gógol escribe una de los párrafos más bellos que he leído sobre la ciudad, una auténtica declaración de amor:
"El príncipe lanzó una mirada hacia Roma y se interrumpió: frente a él se extendía, en un maravilloso y radiante panorama, la ciudad eterna. Todo el luminoso cúmulo de casas, iglesias y cúpulas estaba intensamente iluminado por el brillo del sol poniente. Por grupos o en solitario, iban apareciendo una tras otra las fachadas, los techos, las estatuas, las terrazas y las galerías; por allá aparecía abigarrada y resaltaba entre juegos de luz una masa de campanarios de cimas muy finas y de cúpulas con el ornamento caprichoso de las linternas; más allá despuntaba completo un oscuro palacio; allá se veía la cúpula achatada del Panteón; allá la punta decorada de la columna Antonina, con el capitel y la estatua del apóstol Pablo; un poco más a la derecha se alzaban los remates de los edificios del Capitolio, con sus caballos y sus estatuas; todavía más a la derecha, sobre la resplandeciente multitud de casas y tejados, se elevaba en toda su grandeza, majestuosa y austera, la oscura mole del Coliseo; allá, de nuevo aparecía una juguetona serie de muros, terrazas y cúpulas, arropada con el brillo deslumbrante del sol. Y sobre toda esta masa reluciente se ennegrecían a lo lejos, con su oscuro verdor, las copas de los pétreos robles de la Villa Ludovisi y de la Villa Médici, y por encima de ellas descollaban en el aire, como un rebaño entero, las copas en forma de cúpulas de los pinos romanos, sostenidas sobre sus esbeltos troncos. ¡Ni con la palabra ni con el pincel era posible reproducir la armonía prodigiosa y la combinación de los planos de aquel paisaje! El aire era hasta tal punto limpio y diáfano que la línea más fina de los edificios más lejanos era nítida, y todo parecía estar tan cerca que daba la impresión de poder alcanzarse con la mano. El menor ornamento arquitectónico, el friso decorado de una cornisa, todo se delineaba con una pureza inconcebible. (………….) El sol bajó acercándose a la tierra; su reflejo se volvió más rosado y más cálido sobre toda aquella masa arquitectónica; la ciudad se hizo más vívida y más cercana; los pinos se ennegrecieron todavía más; los montes se volvieron más azules y fosforescentes; y el aire, más solemne y más nítido, estaba a punto de apagarse… ¡Dios, qué vista! El príncipe, rodeado de ese paisaje, se olvidó de sí mismo, de la belleza de Annunziata, del misterioso destino de su pueblo y de todo lo que hay en el mundo.”

7 comentarios:

Susana Peiró dijo...

Qué exquisitez!
Sin dudas, como dice el griego, no somos los mismos cuando cruzamos de nuevo el río ni cuando volvemos a leer un libro, o un párrafo, como este caso.
Tengo Roma de Gógol desde hace dos décadas en mi biblioteca y es casi el tiempo que llevo sin abrirlo. No recordaba estas líneas, conmovedoras…
¿Adivinás cuál será mi lectura de hoy? ¿Le llamamos compulsión? Jajajajaá!
Muchas Gracias Fab!
Un abrazo!

Gonzalo Muro dijo...

Buenísima pinta la de este libro que comentas y que tampoco conocía. Y todo un descubrimiento el catálogo de esta pequeña editorial.

Saludos.

Fuensanta Niñirola dijo...

No sé cómo se me ha podido pasar este libro. Hace unos años pasé un otoño en Roma y realmente es una ciudad maravillosa. Ese párrafo le hace mucha justicia.También pude apreciar desde el Gianícolo las maravillosas vistas de la ciudad eterna.
Trataré de hacerme con el libro; ¿por casualidad lo conseguiste en la librería París-Valencia? Porque dentro de una semanita estaré de vuelta por allí, y podría ver si les ueda alguno.

Golem dijo...

Gracias a todos por los comentarios.

Para Ariodante, decir que lo compré en Casa del Libro, en C/ Ruzafa.

Donde también tienen bastantes títulos de la colección es en la librería que está al final de la Calle del Mar, no me acuerdo ahora del nombre. Alzheimer post-vacacional.

Elena dijo...

¡Con lo que me gusta Roma! Los pasajes que has escogido son preciosos. Creo que tomaré nota rápido de esta novela. Así podré imaginar que estoy de nuevo paseando por sus calles mientras la leo.

Un saludo

Isabel Barceló Chico dijo...

Creo que publiqué una entrada con ese final que te ha subyugado y creo que, en general, fascina a todo el mundo. Hay quien dice que toda esa novelita se justifica precisamente para llegar a ese final. ¡Esa era la vista que disfruté yo todos los días durante seis meses! La vista desde el Gianicolo es, sin duda, la más bella de Roma. Besos, querido amigo.

Golem dijo...

Hola Isabel:

Acabo de recuperar en tu blog la reproducción del texto y casi coincidimos en la selección. No recordaba haberlo leído allí. Es curioso porque lo publicaste justo el día anterior a que yo empezara mi blog, en Julio de 2008.

Creo que tu comentario es muy acertado, y no podía ser de otra manera, viniendo de la máxima autoridad romana de la red. Efectivamente, todo el texto parece destinado a preparar esa apoteosis final de la visión de Roma desde el Gianicolo.

Que afortunada, poder disfrutar de esa vista durante seis meses. Entiendo que la añores.

Besos