martes, 30 de agosto de 2011

"Desgracia", de J.M.Coetzee


Leí en primavera la novela mas famosa de Coetzee, "Desgracia". No puedo mas que hablar bien de la novela, pese a que a veces uno tenga la sensación de ciertos excesos en las críticas. Primero, la reseña del editor:

"A los cincuenta y dos años, David Lurie tiene poco de lo que enorgullecerse. Con dos divorcios a sus espaldas, apaciguar el deseo es su única aspiración; sus clases en la universidad son un mero trámite para él y para los estudiantes. Cuando se destapa su relación con una alumna, David, en un acto de soberbia, preferirá renunciar a su puesto antes que disculparse en público. Rechazado por todos, abandona Ciudad del Cabo y va a visitar la granja de su hija Lucy. Allí, en una sociedad donde los códigos de comportamiento, sean de blancos o de negros, han cambiado; donde el idioma es una herramienta viciada que no sirve a este mundo naciente, David verá hacerse añicos todas sus creencias en una tarde de violencia implacable. Una historia profunda, extraordinaria, que por momentos atenaza el corazón, y es siempre, hasta el final, subyugante: Desgracia, que obtuvo el prestigioso premio Booker, no dejará indiferente al lector."

Efectivamente, la historia transcurre en dos fases, casi en dos mundos. Primero en la Universidad, en un mundo mas artificial, donde la apariencia valdrá mas que la realidad. Brillantes las escenas en las que se le ofrece a Lurie la rehabilitación a cambio de su disculpa, a cambio de tapar el posible escándalo y que todo siga igual. Después, el mundo duro de Lucy. una granja y una sociedad que nada tienen que ver con su etapa anterior, con unas reglas directas, sin compasión. La historia atrapa, tanto por su desarrollo, como por la prosa dura, seca, y a la vez armoniosa de Coetzee, que nos conduce por unas situaciones de gran dureza con una precisión enorme, precisión que más incluso que a las descripciones alcanza a las emociones.

Posiblemente no sea lectura para el verano, pero si no habéis leído a Coetzee vale la pena descubrirlo. Por cierto, no sabía que existe una película basada en la novela y que está protagonizada por el gran John Malkovich. A mí particularmente, la imagen de David Lurie, en esa representación mental que todos nos hacemos de los libros, me hacía pensar en Anthony Hopkins. Pero Malkovich tampoco es mala elección.

Os dejo tres links, uno sobre el libro, otro a la película y el último, el trailer :

http://www.letralia.com/136/articulo03.htm

http://www.labutaca.net/films/65/disgrace.php


http://www.youtube.com/watch?v=okux8BqUnR4

domingo, 28 de agosto de 2011

"La voz", de Arnaldur Indridasson


Esta es el tercer título que leo del islandés Arnaldur Indridasson. Y puedo constatar que cada nueva novela leída hacen que tanto el autor como su personaje central, el comisario Erlendur Sveinsson, me gusten cada vez más. "La voz" aborda el tema de la infancia perdida, a través de la investigación del asesinato de un viejo portero de hotel, que llevará a descubrir que en su día fue un niño prodigio del canto, llegando a grabar algunos discos que ahora son muy buscados por los coleccionistas. Como siempre en la obra de Indridasson, el pasado se mezcla con el presente, completando una historia magnífica. Ambientada en una tristísima Navidad, el más melancólico de todos los detectives nórdicos, nos sigue contando también su historia personal que avanza lentamente de novela en novela.
El conjunto resulta excelente. Para mi gusto, supera a la anterior, "Las marismas", aunque no alcanza la intensidad dramática de "La mujer de verde", una de las novelas más duras que he leído nunca. 




"Gulli, el viejo portero de uno de los más conocidos hoteles de Reykjavik, aparece desnudo y acuchillado hasta morir en su miserable habitación en el sótano. Pero Gulli es mucho más que un simple portero que se disfrazaba de Papa Noel todas las navidades, es un completo misterio. Veinte años en el hotel y nadie le conoce realmente. Erlendur Sveinsson decide alojarse en el mismo hotel en busca de la asesina, que, también de eso cree estar convencido, aún debe permanecer muy cerca, pese a que las vacaciones de Navidad están ya encima y el hotel completo. Mientras que al director tan sólo le importa que el asesinato permanezca oculto y su reputación intacta. Erlendur, sin embargo, recibe la visita de su hija, que de nuevo se adentra entre las brumas de la droga y el alcohol, dejando al inspector al borde de la desesperación y la impotencia."


sábado, 27 de agosto de 2011

"Aguirre el magnífico", de Manuel Vicent




La historia se repite, pero muchas veces lo hace en forma de esperpento. En este verano en el que la casa de Alba vuelve a estar de moda, vale la pena leer a Manuel Vicent hablando de su amigo Jesús Aguirre. Dos botones de muestra. Primero, el texto de presentación del libro del propio Vicent:

"Un clérigo volteriano se convirtió en duque de Alba.

Este relato no es exactamente una biografía de Jesús Aguirre, sino un retablo ibérico donde este personaje se refleja en los espejos deformantes del callejón del Gato, como una figura de la corte de los milagros de Valle-Inclán. Medio siglo de la historia de España forma parte de este esperpento literario.

Esta travesía escrita en primera persona es también un trayecto de mi propia memoria y en ella aparece el protagonista Jesús Aguirre, el magnífico, rodeado de teólogos alemanes, escritores, políticos y aristócratas de una época, de sucesos, pasiones, éxitos y fracasos de una generación que desde la alcantarilla de la clandestinidad ascendió a los palacios. Un perro dálmata se pasea entre los libros de ensayo de la Escuela de Fráncfort como un rasgo intelectual de suprema elegancia.


Jesús Aguirre, decimoctavo duque de Alba por propios méritos de una gran escalada, sintetiza esta crónica, que va desde la postguerra hasta el inicio de este siglo. Su vida fantasmagórica, pese a ser tan real, no puede distinguirse de la ficción literaria. MANUEL VICENT"  

Y en segundo lugar, un fragmento del libro en el que Vicent cuenta como fue nombrado biógrafo de Aguirre con el Rey como testigo. Como dicen los italianos, se non è vero, è ben trovato:

"1985 - De cómo fui nombrado biógrafo del duque ante el rey de España con un chorizo de Cantimpalos en la mano

El 23 de abril de 1985, en la Universidad de Alcalá, el novelista Torrente Ballester acababa de pronunciar en el paraninfo el discurso de aceptación del Premio Cervantes, y después de la ceremonia, con la imposición de la inevitable medalla, se celebraba un vino español en el severo claustro renacentista alegrado con algunas flores y setos trasquilados. Bandejas
de canapés y chorizos de Cantimpalos, cuya grasa brillaba de forma obscena bajo un sol de primavera, pasaban a ras del pecho de un centenar de invitados, gente de la cultura, escritores, políticos, editores, poetas. Uno de ellos era Jesús Aguirre, duque de Alba. Lo descubrí en medio del sarao, transfigurado, redivivo, como recién descendido del monte Tabor. Me acerqué y le dije bromeando: «Jesús, ¿puedo tocarte para comprobar si eres mortal?». El duque me contestó: «Querido, a ti te dejo que me toques incluso las tetillas». Vista la proposición, expresada con una dosis exacta de ironía y malicia, le confesé que me proponía saludar al Rey, pero que en este caso prefería la compañía de un Alba a la de un Borbón. «¿No conoces a Su Majestad?» El duque tiró de mí para conducirme ante la presencia del monarca. Saludar al Rey después del frustrado golpe de Tejero del 23-F era un acto que estaba ya bien visto, incluso era buscado por los ácratas más crudos. El anarquista celeste Gil-Albert, poeta de la generación del 27, regresado del exilio de México, me dijo un día: «He rechazado muchas invitaciones a palacio, pero ahora no me importaría ir a Madrid a darle la mano a ese chico».


Don Juan Carlos vestía chaqué, empuñaba una vara de mando, se adornaba con el toisón de oro, un collarón con catorce chapas doradas, instituido en 1430 por Felipe III de Borgoña en honor de sus catorce amantes, que al parecer tenían todas el sexo rubio, como el vellocino de oro. Nuestro Rey lucía esa orden y ahora estaba rodeado de tunos cuarentones que se daban con la pandereta en la cabeza, en el codo, en las nalgas, en los talones y le cantaban asómate al balcón carita de azucena y no sé qué más, como si fuera una señorita casadera. Jesús Aguirre se abrió paso en el enjambre de guitarras y plantado ante el Rey dijo muy entonado: «Majestad, le presento a mi futuro biógrafo». Y a continuación pronunció mi nombre y apellido, mascando con fruición las sílabas de cada palabra. El Rey echó el tronco atrás con una carcajada muy espontánea y exclamó: «Coño, Jesús, pues como lo cuente todo, vas aviado». Esta salida tan franca no logró que el duque agitara una sola pestaña, sino una sonrisa cínica, marca de la casa. En ese momento, entre el rey de España, el duque de Alba y este simple paisano apareció a media altura una bandeja de aluminio llena de chorizos de regular tamaño, cada uno traspasado por un mondadientes, como se ven en la barra de los bares de carretera a merced de los camioneros. Una señora vestida en traje regional, de alcarreña o algo así, ofreció el presente con estas palabras: «¿Un choricito, Majestad?». Y Su Majestad exclamó: «¡Hombre, un chorizo! ¡Venga, a por él!». Jesús Aguirre, obligado tal vez por el protocolo, alargó también la mano. Con un chorizo ibérico en el aire trincado con el mondadientes, Su Majestad me dijo: «Y tú qué, ¿no te animas?». Contesté algo confuso: «No puedo, señor, estoy cultivando una úlcera de duodeno con mucho cariño».

Con la boca llena de chorizo, ni el Rey ni el duque podían emitir palabra alguna y menos una opinión que no fuera el placer que se les escapaba a través de una mirada turbia, y por mi parte yo no encontraba un pensamiento que fuera el apropiado para la ocasión. Mientras ambos en silencio salivaban el don del cerdo, pude contemplar cómo por la barbilla real y por la comisura del duque se deslizaba una espesa veta de grasa, imagen de una felicidad que más que a la monarquía y al ducado correspondía al pueblo llano. «No sabes lo que te pierdes», dijo el rey de España cuando ya pudo hablar. Los tunos habían acompañado este encuentro con la canción de Clavelitos y luego se fueron a dar la tabarra a otros invitados."

 

¿A que vale la pena apagar la tele?.


martes, 23 de agosto de 2011

"Habladles de batallas, de reyes y elefantes", de Mathias Enard



“Tres balas de pieles de cibelina y de marta, ciento doce panni de lana, nueve rollos de satén de Bérgamo, otros tantos de terciopelo florentino dorado, cinco barriles de nitrato de potasio, dos cajas de espejos y un pequeño joyero: he aquí lo que desembarca tras Michelangelo Buonarroti en el puerto de Constantinopla el jueves 13 de mayo de 1506. Apenas la fragata está amarrada, el escultor salta a tierra firme. Vacilante tras seis días de fatigosa navegación. No hay constancia del nombre del drogmán griego que le está esperando, llamémosle Manuel; en cambio sí se conoce el del comerciante que le acompaña, Giovanni di Francesco Maringhi, florentino instalado en Estambul desde hace ya cinco años. Las mercaderías le pertenecen. Es un hombre afable, contento de conocer al escultor del David, ese héroe de la república de Florencia.

Evidentemente, entonces Estambul era muy distinta. Para empezar se llamaba Constantinopla. Santa Sofía reinaba en solitario sin la Mezquita Azul, la orilla oriental del Bósforo estaba desolada, el gran bazar todavía no era esa inmensa telaraña en la que se pierden los turistas del mundo entero para que los devore. El Imperio ya no era romano, ni era todavía el Imperio; la ciudad basculaba entre otomanos, griegos, judíos y latinos; el sultán tenía por nombre Beyazid, el segundo, apodado el Santo, el Piadoso, el Justo. Florentinos y venecianos le llamaban Bajazeto, los franceses Bajazet. Era un hombre sabio y discreto que reinó treinta y un años; gustaba del vino, de la poesía y de la música; no le hacía ascos a los jovencitos ni tampoco a las jovencitas; apreciaba las ciencias y las artes, la astronomía, la arquitectura, los placeres de la guerra, los caballos rápidos y las armas afiladas. Se desconoce qué lo llevó a invitar a Miguel Ángel Buonarroti, de los Buonarroti de Florencia, a viajar a Estambul, aunque el escultor ya gozaba en Italia de una gran fama. A sus treinta y un años, muchos veían en él al mayor artista de todos los tiempos. A menudo lo comparaban con el inmenso Leonardo, veinte años mayor que él.

Aquel año Miguel Ángel dejó Roma por un arrebato el sábado 17 de abril, víspera de la colocación de la primera piedra de la nueva basílica de San Pietro. Ya había ido cinco veces seguidas a rogarle al papa que honrase su promesa de dinero en metálico. Lo echaron de allí.”

Mathias Enard (Niort, Francia, 1972) ha escrito una pequeña gran novela sobre el viaje real que realizó Miguel Angel a Estambul en 1506. Narrada en un tono casi poético, la novela es un fresco magnifico en el que delicadamente Enard reflexiona sobre la belleza, la creación, el arte o el contraste entre Oriente y Occidente. Y a la vez es un gran retrato histórico de la época y de las dos culturas y una excelente aproximación a la personalidad de Miguel Angel. 

Como la pereza de Agosto me sigue dominando, os dejo algunos enlaces sobre la obra y el autor:

http://www.elpais.com/articulo/portada/Conspiraciones/celos/eternos/arte/elpepuculbab/20110611elpbabpor_25/Tes

http://www.elpais.com/articulo/portada/fisuras/belleza/elpepuculbab/20110611elpbabpor_29/Tes

http://www.elcultural.es/noticias/LETRAS/1629/Mathias_Enard_la_palabra_justa