viernes, 27 de agosto de 2010

"El barón rampante", de Italo Calvino


Después de publicar en 1952 "El vizconde demediado", y tras el enorme éxito conseguido, Calvino publica en 1958 la segunda parte de la famosa trilogía dedicada a "Nuestros antepasados" (I nostri antenati). La novela, absolutamente apasionante y con mucha mayor madurez que la ya apuntada en "El vizconde demediado", es un manifiesto a favor de la libertad personal y a la capacidad del propio individuo para cambiar el mundo.

El 15 de junio de 1767, a los doce añosde edad, Cósimo Piovasco de Rondó, futuro heredero de la baronía de Rondó, en protesta hacia las imposiciones de su familia, decide subirse a un árbol para no bajar jamás. Y cumplirá su palabra, transcurriendo su larga vida a partir de ese momento por las copas de los árboles. Y en los árboles conocerá el amor y el desamor, estudiará, leerá, cazará, se relacionará con bandidos y con turcos, se hará masón, conocerá a Voltaire y a Napoleón, y muchísimas cosas más que vale la pena descubrir en el libro.

Como he encontrado en la red una magnífica y breve reseña de Juan Manuel Santiago, prefiero dejaros el link. Vale la pena leerla. Os dejo una muestra: "No sé cuál pueda ser el defecto de El barón rampante, si es que tiene alguno. Tal vez, que ya nunca podré volver a leerlo por primera vez, sentir esa sensación de que, al igual que Cósimo allá en lo alto de los árboles, cada hoja es un mundo por descubrir, un terreno sin vuelta posible en el largo e intrincado camino hacia la madurez."

La novela es una delicia absoluta. Lamento haber tardado tanto en leerla, pero a la vez, he podido disfrutar de leerla ahora por primera vez. Para completar el post, os dejo algunas frases del libro. Como siempre, la selección es absolutamente subjetiva y arbitraria::

"Mientras que el nuestro, de mundo, se achataba allá al fondo, y nosotros teníamos formas desproporcionadas y desde luego no entendíamos nada de lo que él sabía allá arriba, él se pasaba las noches escuchando cómo la madera llena con sus células los anillos que señalan los años en el interior de los troncos, y cómo los mohos aumentan su mancha con el cierzo, y con un estremecimiento los pájaros dormidos dentro del nido esconden la cabeza allí donde es más blanda la pluma del ala, y se despierta la oruga, y se abre el huevo del alcaudón."




"Comenzó en esa época a escribir un Proyecto de Constitución de un Estado ideal fundado sobre los árboles, en el que describía la imaginaria República de Arbórea, habitada por hombres justos."



"- Mi hermano sostiene - respondí -, que quien quiere mirar bien la tierra debe mantenerse a la distancia necesaria - y Voltaire apreció mucho la respuesta."





Y el final.

"Así desapareció Cósimo, y no nos dio siquiera la satisfacción de verlo volver a la tierra muerto. En la tumba de la familia hay una estela que lo recuerda con el escrito: «Cósimo Piovasco de Rondó - Vivió en los árboles - Amó siempre la tierra - Subió al cielo.

De vez en cuando interrumpo lo que escribo y voy a la ventana. El cielo está vacío, y a nosotros los viejos de Ombrosa, acostumbrados a vivir bajo aquellas verdes cúpulas, nos daña los ojos mirarlo. Se diría que los árboles no han resistido, después de que mi hermano se marchó, o que los hombres han sido presa de la furia del hacha. Además, la vegetación ha cambiado: no más acebos, olmos, robles: ahora África, Australia, América, la India alargan hasta aquí ramas y raíces. Las plantas antiguas han retrocedido hacia lo alto: en las colinas los olivos, y en los bosques de los montes, pinos y castaños; más abajo la costa en una Australia roja de eucaliptus, elefantesca de ficus, plantas de jardín enormes y solitarias, y todo el resto son palmeras, con sus mechones despeinados, árboles inhóspitos del desierto.

Ombrosa ya no existe. Mirando el cielo despejado me pregunto si en verdad ha existido. Aquella profusión de ramas y hojas, bifurcaciones, lóbulos, penachos, diminuta y sin fin, y el cielo sólo en relumbrones irregulares y recortados, quizá existía solamente para que pasase mi hermano con su ligero paso de chamarón, era un bordado hecho sobre la nada que se asemeja a este hilo de tinta tal como lo he dejado correr por páginas y páginas, atestado de tachaduras, de remisiones, de borrones nerviosos, de manchas, de lagunas, que a ratos se desgrana en gruesas uvas claras, a ratos se espesa en signos minúsculos como semillas puntiformes, ora se retuerce sobre sí mismo, ora se bifurca, ora enlaza grumos de frases con contornos de hojas o de nubes, y luego se atasca, y luego vuelve a enroscarse, y corre y corre y se devana y envuelve un último racimo insensato de palabras, ideas, sueños, y se acaba."



Links: A la reseña citada de Juan Manuel Santiago:

http://www.bibliopolis.org/resenas/rese0074.htm

4 comentarios:

Jose Ignacio Escribano dijo...

Me alegro mucho de que también te guste Italo Calvino. Un abrazo

Goizeder Lamariano Martín dijo...

Mi profesor del taller de escritura creativa nos recomendó el curso pasado esta trilogía. La tengo apuntada desde entonces y le tengo ganas, más todavía ahora después de haber leido tu reseña, a ver si consigo los libros y los disfruto. Un saludo.

Cuéntate la vida http://cuentatelavida.blogspot.com

RebecaTz dijo...

Sólo he leído El vizconde demediado pero me acabas de animar a continuar con la trilogía.
¡Un saludo!

Gonzalo Muro dijo...

Como tantas otras, tengo pendiente esta lectura porque creo que es un autor fundamental y tu reseña sólo pone de manifiesto lo especial y relevante de su arte.