"Debo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar".
Ha pasado mucho tiempo desde que leí por primera vez estas palabras, el inicio de un cuento inolvidable ("Tlön, Uqbar, Orbis, Tertius"), en un libro maravilloso,"Ficciones". Últimamente no escribo en los libros, cada vez me duele más rayarlos, tomar notas, subrayar. Es casi una sensación de profanación. Hasta doblar una esquina para marcar la página donde he encontrado esas palabras especiales, me parece una abominación, puesto que el papel no podrá recuperarse jamás de esa cicatriz. Sin embargo, reconozco que produce un placer profundo encontrar una anotación como la que reproduzco aquí.
Han pasado, pues, casi 34 años desde que tuve por primera vez en mis manos "El jardín de los senderos que se bifurcan" o "La biblioteca de Babel". Y descubro con enorme alegría, que el espejo del tiempo me devuelve a un Borges nítido, contemporáneo, vivo, joven. Que disfruto releyendo las historias. Y que la palabra compleja de Borges, sigue iluminando el mundo actual.
Creo que leyendo a Borges 34 años después, entiendo aún más lo que quería expresar con el inolvidable "Pierre Menard, autor del Quijote", pues, si yo hubiera dicho a los 18 años que Borges es un clásico, no hubiera sido más que una frase pretenciosa de un jovencillo con vocación intelectual. Dicho hoy, 'Borges es un clásico', aún siendo también pretenciosa la afirmación, al menos quién habla es el filtro del tiempo. Me doy cuenta también de lo que hubiera sido leerlo en 1944, cuando se publica por primera vez.
"Ficciones", junto a la "Historia universal de la infamia", el inolvidable "El Aleph" y otros títulos, forman parte de esa educación sentimental que nos ayudó a crecer y a madurar. Y sobre todo, que nos ayudó a abrir la mente y a descubrir los secretos y la complejidad del mundo.
No voy a a hablar más del libro. Ni siquiera pretendo recomendar nada. Creo que desgraciadamente todos tenemos menos tiempo del que nos gustaría, para leer, para pasear, para vivir. Y además, el número de libros que deberíamos leer, es infinito, borgiano. Estas páginas sólo pretenden ser un diario de lectura (y de relectura), con las que compartir algunas sensaciones personales. Y hoy, simplemente, me apetecía compartir esta sensación.
Por cierto, que en una esquina del libro, en el papel amarillento, descubro una pequeña anotación a lápiz, 80, hecha sin duda discretamente por el librero (puede que Soriano, o Tres i Quatre, o ....). Se me desdibujan con el tiempo hasta el nombre de las viejas librerías. Había una, Dau al Set, ¿es posible?, en la Calle del Mar, y otra en la Plaza de la Virgen (¿Dracma?). Bueno, han cerrado tantas, que es imposible recordarlas, tantos sitios donde pasé horas agradables, pues pocos placeres mayores que el de ¿perder? el tiempo, curioseando entre libros. Ochenta pesetas, sólo 50 céntimos de euro. Un libro de bolsillo similar, hoy, no pasará de los 10 euros. Tengo la sensación de que los libros no deben de ser de las cosas que más han subido con el tiempo.
Y de repente me doy cuenta también, de la cantidad de recuerdos y connotaciones que el libro me produce, desde la editorial, la vieja colección de Libros de Bolsillo de Alianza, en la que leimos por primera vez a Brecht, a Freud, a Proust, a Cortázar,..., con las portadas de Daniel Gil, siempre magistrales. Desde las lecturas universitarias (Tamames, Malthus, Schumpeter,..) a la poesía del 27 (Aleixandre, Salinas, Miguel Hernández). Tantas y tantas horas pasadas. Bueno, paro, que me pongo sentimental. Un abrazo.
Os dejo con la reproducción de uno de los cuentos, "La lotería de Babilonia", no por ser el mejor, sino porque es uno de los más breves. Creo que pulsando en las imágenes se pueden llegar a leer las páginas.
Links: Un enlace a la página de Borges en la Wikipedia, sin duda una obra borgiana:
Y un enlace al cuento completo de "El Aleph". Aunque no resisto la tentación de dejar aquí reproducido el párrafo central del cuento.
"En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Frey Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer de pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemont Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplicaban sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osadura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi propia sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo."