domingo, 24 de enero de 2010

"No es país para viejos", de Cormac McCarthy


Lectura de aviones. Compré el libro en el Aeropuerto de Valencia, y aprovechando un par de viajes lo he terminado. Tenía curiosidad porque no ví la película en su día.

Sólo dos comentarios. En primer lugar, McCarthy me parece un escritor sobrevalorado. Ya en su día "La carretera" me resultó excesiva, demasiado cruel. Y el aparente canto a la esperanza final resultaba demasiado patético. Este "No es país para viejos" vuelve a ser excesivo. Como un puñetazo en el estomágo, he leído en alguna parte. A lo mejor es que el que se hace viejo soy yo, y no es libro para viejos.

En segundo lugar, qué buen actor es Bardem, y como se identifican algunos personajes con algunos rostros. Es imposible leer la novela sin visualizar la cara de Chigurgh / Bardem, y eso que sólo he visto los anuncios o el trailer. Por ejemplo, me pasa también con Alatriste, al que me resulta ya difícil de imaginar sin acordarme de Vigo Mortensen, el cual por cierto, es el protagonista de la versión en cine de "La carretera". A veces pasa que , aunque las versiones en cine no sean buenas, los rostros sí están bien elegidos.




Links: Varios trailers. "No es país para viejos", "The road" y "Alatriste":







sábado, 16 de enero de 2010

"Palabra sobre palabra", de Ángel González


Uno de los hilos conductores principales este año me gustaría que fuera el de la literatura en castellano. Y como me prometí/comprometí el año pasado a leer/releer poesía, he terminado estos días con la edición de la poesía completa de Ángel González. Hace precisamente ahora dos años que falleció el autor. No voy a comentar mucho porque poco podría aportar a lo ya escrito sobre su figura. Prefiero copiar unos poemas o dejar recitar al poeta su famoso "Para que yo me llame Angel González". También he puesto un video de Pedro Guerra que le dedicó un precioso álbum, "Palabra en el aire". Y al final, una versión en directo de Sabina, de la canción que le dedica en su último disco ("Vinagre y rosas"), a la memoria de Don Ángel, "Menos dos alas".




Cumpleaños de amor

¿Cómo seré yo
cuando no sea yo?
Cuando el tiempo
haya modificado mi estructura,
y mi cuerpo sea otro,
otra mi sangre,
otros mis ojos y otros mis cabellos.
Pensaré en ti, tal vez.
Seguramente,
mis sucesivos cuerpos
-prolongándome, vivo, hacia la muerte
se pasarán de mano en mano,
de corazón a corazón,
de carne a carne,
el elemento misterioso
que determina mi tristeza
cuando te vas,
que me impulsa a buscarte ciegamente,
que me lleva a tu lado
sin remedio:
lo que la gente llama amor, en suma.
Y los ojos
-qué importa que no sean estos ojos
te seguirán a donde vayas, fieles.








Muerte en el olvido
Yo sé que existo
porque tu me imaginas.
Soy alto porque tu me crees
alto, y limpio porque tú me miras
con buenos ojos,
con mirada limpia.
Tu pensamiento me hace
inteligente, y en tu sencilla
ternura, yo soy también sencillo
y bondadoso.
Pero si tú me olvidas
quedaré muerto sin que nadie
lo sepa. Verán viva
mi carne, pero será otro hombre
-oscuro, torpe, malo- el que la habita...








Me basta así

Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría
un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
- de eso sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso-; entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando -luego- callas...
(Escucho tu silencio. Oigo
constelaciones: existes. Creo en ti. Eres. Me basta)








Links: A la página web de la Biblioteca Cervantes sobre el autor:


viernes, 8 de enero de 2010

"Confesiones de una vieja dama indigna", de Esther Tusquets


Justo Serna escribía hace unos días un artículo sobre “Como se escribe una reseña”, cuyo link os dejo aquí debajo, ya que vale la pena leerlo completo. Estando de acuerdo en gran parte, creo que suscribo sobre todo la tesis de Cioran, que Serna reproduce en uno de sus epígrafes. “

‘¿Reseñar o leer? “Leer un libro por el placer de leerlo y leerlo para hacer una reseña son dos operaciones radicalmente opuestas. En el primer caso, nos enriquecemos, hacemos pasar dentro de nosotros la sustancia de lo que leemos; es un trabajo de asimilación; en el segundo, permanecemos exteriores, por no decir hostiles (¡aun cuando lo admiremos!) al libro, pues no debemos perderlo de vista un solo momento, sino que, al contrario, debemos pensar en ello sin cesar y transponer todo lo que decimos en un lenguaje que nada tiene que ver con el del autor.”

Escribe también Serna, con buen criterio que “Quien reseña no puede decir: “es un libro maravilloso” o “esta obra no me gustó nada”. Lo que debe decir es cómo funciona ese artefacto. La reseña no es una cuestión de gustos y nuestra relación con el volumen ha de superar el mero juicio personal.”

Concluyo, por tanto, que este no es un blog de reseñas, sino de Memorias, mis memorias de lectura. Considerándome poco dotado para la narrativa, me ha apetecido dejar huella, aunque sólo sea para mí mismo, del errante camino que acaban llevando mis libros, mis lecturas, intereses o aficiones. Tal vez porque como escribe el propio Justo Serna en una nota posterior, “Por razones que ignoro, ciertas lecturas se contagian. El efecto que causan se multiplica. Así, lees un libro y esa obra te lleva a otro volumen con el que nada tiene que ver. Lees una revista y esa publicación te conduce a un tema que no te preocupaba ahora, justamente ahora. De repente descubres que ese asunto es aquel sobre el que estabas devorando libros. Hay un hilo conductor que hermana una lectura con otra; hay afinidades materiales e inmateriales, de género, de sentido, no sé.”.

Por supuesto, también hay rupturas, saturaciones, saltos, vueltas atrás, descubrimientos, redescubrimientos y hastíos. Casualidades, coincidencias, azar. Sin embargo, al final, lo que más me interesa, y por eso tal vez este dejar huella, es el hilo conductor, ese camino que acabaría explicando, explicándome, los saltos de un libro a otro, de Connelly a Fred Vargas, de Philip Kerr a la caída del Muro, de Javier Cercás a Pérez-Reverte. Camino cuyas huellas profundas no están ni mucho menos en lo explícito, sino las más de las veces en la historia y en el paisaje personal.



Después de esta larga introducción, o declaración de principios, no me queda más remedio que hablar del camino que me lleva a Esther Tusquets, a esas Confesiones de vieja dama indigna recién publicadas, que recogen la segunda parte de sus vivencias, después del primer volumen titulado “Habíamos ganado la guerra”. No voy a hablar, al menos aquí y ahora, de los caminos inmediatos o materiales que nos llevan a algunos libros, el marketing, las librerías, o este nuevo boca a boca que son los blogs, aunque sin duda habrá que volver sobre ellos algún día. Prefiero hablar hoy de otros factores más subjetivos y tal vez más profundos, los caminos de la memoria, de la experiencia, de la propia trayectoria personal.



Hace muchos años, supongo que a finales de los 70 o en los primeros 80, leí las memorias de Carlos Barral (1928-1989), editor, escritor, y finalmente político, creo recordar que senador por designación real. Los dos primeros tomos eran “Años de penitencia” (1975) y “Los años sin excusa” (1978). Creo que aún tengo perdido en algún lugar poco accesible de mi biblioteca uno de los dos tomos. (Algún día habrá que hablar también del orden de mi biblioteca, o más bien de su carencia o su dispersión). No estoy seguro de haber leído, no la recuerdo al menos, la tercera parte, “Cuando los años veloces”, publicada ya mucho más tarde, en 1988. Lo cierto es que en su día me gustaron muchísimo y siempre recuerdo con agrado la mezcla de vivencias infantiles, la relación con el mar, el microcosmos de Calafell, el mundillo intelectual de Barcelona (que entonces me interesaba más que ahora, lo confieso), y a la postre, el retrato de una generación, anterior a la mía, que vivió en primera persona el franquismo medio y tardío y la transición. Preparando esta nota he leído con agrado que las memorias de Barral están consideradas como uno de los mejores libros de memorias de la segunda mitad del siglo veinte.



Carlos el grande, Carlos el magnífico, el gran seductor. Quien habla así ya es Esther Tusquets, a medio camino entre la admiración y la ironía o el sarcasmo, que le dedica en sus memorias un buen número de páginas. Es por tanto, una visión complementaria y de gran interés, que enriquece un mundo que conozco también por otras lecturas. En primer lugar, Tusquets es más joven (ocho años, y se notan), y sobre todo, es mujer, y eso si que aporta una perspectiva completamente distinta, tanto en las experiencias personales en tiempos que nada tienen que ver con los actuales, como en la propia vida profesional. También los ambientes son distintos. Hasta el mar es distinto. Calafell versus Cadaqués. La autora llega a bromear sobre la capacidad de atracción de un Barral que conseguía llevar a sus amigos a su Calafell, frente a la belleza de Cadaqués. Nacida en el bando vencedor (de ahí el título de la primera parte de sus memorias, Habíamos ganado la guerra), nos cuenta con una mirada que a veces puede parecer frívola pero no lo es, apasionadamente, su historia personal y profesional en la Barcelona de los 70-80, al frente de la editorial Lumen, llegando a episodios mucho más recientes como la venta de la editorial o su enfrentamiento con la familia Maragall.



Creo que muchos recordaréis esas portadas con fondo blanco y títulos como “El nombre de la rosa” o “El péndulo de Foucault” de Umberto Eco, o “Las olas” de Virginia Woolf, o bastantes más. Curiosamente, también Mafalda (yo no lo sabía o no lo recordaba).


Son unas memorias muy divertidas por el tono sin demasiadas reservas con que afronta su biografía sentimental, amores, desamores, despertar al sexo, hijos, familia (su hermano, el arquitecto Oscar Tusquets, acabaría fundando su propio sello, Tusquets Editores). Pero a mí me han resultado sobre todo atractivas las partes dedicadas al mundillo literario. Cela, Delibes, Ana María Matutes, Rosa Regás, Terenci y Ana María Moix, un larguísimo etcétera que se puede descubrir simplemente hojeando el indice onomástico. El que esté libre de afición al cotilleo que tire la primera piedra. En cualquier caso, no son separables unos aspectos de otros, ni se entendería bien la narración de las anécdotas, sin el contexto social e histórico de la época. Dejo después un link a una entrevista con la autora, en la que se dan muchos datos y pistas del contenido de las memorias. A mi me han resultado muy divertidas y las he devorado a toda velocidad. Y de paso, me han servido de primera cura de desintoxicación de serie negra.

¿Y ahora, por donde seguir?. ¿Debería releer a Barral, leer las memorias de Alberto Oliart (amigo del grupo y de moda otra vez), o volver a intoxicarme en negro, tal vez releyendo a Vazquez Montalbán?.

Continuará......

Links: Al artículo comentado de Justo Serna, cuyo blog os recomiendo:


A la entrevista con la autora sobre el libro reseñado:

Y a una entrevista sobre el libro anterior: