viernes, 9 de enero de 2009

"Pigmalion", de George Bernard Shaw








Ya que empezamos el año con un clásico irlandés, seguiré con otro, y a ver si cojo un poco más de ritmo escribiendo, que se acumula el trabajo. Al final, resulta más facil leer que encontrar el tiempo o la tranquilidad para escribir y están esperando ya demasiados libros, que se me van a enfadar.



(Portada original de la primera edición de la obra)



Bueno, volviendo al grano, he leído por primera vez el Pigmalion de G.B.Shaw. Y aunque el argumento básico me era familiar, supongo que como a todos, que crecimos o bien con el My Fair Lady o con variaciones sobre el tema como Pretty Woman, siempre se acaban encontrando sorpresas. Así que, si no lo habéis leído, no os cuento el final, que no es exactamente el esperado. Por lo demás, es una pieza deliciosa, que irremediablemente me lleva a acordarme de Audrey Hepburn, sin duda quien mejor ha interpretado el personaje. Lo siento , pero no acabo de ser Juliarobersista. Y entre Richard Gere y Rex Harrison, tampoco hay color.





Buscando referencias, me encuentro un artículo precioso de Eduardo Haro Tecglen, que me parece insuperable, así que por respeto, le cederé la voz al fallecido maestro.



Casi, entonces, que podemos recordar aquí el origen griego del mito. En esa mitología, Pigmalión era un rey de Chipre, que además de por su bondad y sabiduría de gobierno, destacó sobre todo por ser un magnífico escultor. En busca de la belleza perfecta, decidió no casarse y dedicar su tiempo a crear las más hermosas estatuas.



Cito de la Wikipedia. "Así, realizó la estatua de una joven, a la que llamó Galatea, tan perfecta y tan hermosa que se enamoró de ella perdidamente. Entonces, soñó que la estatua cobraba vida. Ovidio dice así sobre el mito en el libro X de Las metamorfosis: «Pigmalión se dirigió a la estatua y, al tocarla, le pareció que estaba caliente, que el marfil se ablandaba y que, deponiendo su dureza, cedía a los dedos suavemente, como la cera del monte Himeto se ablanda a los rayos del sol y se deja manejar con los dedos, tomando varias figuras y haciéndose más dócil y blanda con el manejo. Al verlo, Pigmalión se llena de un gran gozo mezclado de temor, creyendo que se engañaba. Volvió a tocar la estatua otra vez, y se cercioró de que era un cuerpo flexible y que las venas daban sus pulsaciones al explorarlas con los dedos.» Cuando despertó en lugar de la estatua se hallaba Afrodita, que le dijo "Mereces la felicidad, una felicidad que tú mismo has plasmado. Aquí tienes a la reina que has buscado. Ámala y defiéndela del mal". De esa forma Galatea se transformó en una mujer real."


He utilizado la Wiki para poder reproducir la cita de Ovidio que me parece maravillosa, como siempre. Os dejo con el maestro.







"EDUARDO HARO TECGLEN





George Bernard Shaw fue irlandés, longevo (1856-1950), filósofo, filólogo, socialista, inventor de una taquigrafía, burlón, vegetariano: de todo ello hay algo en sus obras de teatro y mucho de todas ellas está en Pigmalión, la comedia de 1913 que fue a desembocar en el genero musical y se convirtió en una película que ha sobrepasado con mucho el género de espectáculo, My fair lady, que probablemente ha tenido ya más representaciones y proyecciones que las que tuvo la comedia original (que aún se suele dar por el mundo, y que siempre conserva su calidad). El socialismo fabiano de Shaw aparece también, o está sobre todo: un socialismo lento, sin revoluciones, pero con redomadas evoluciones para transformar la sociedad, hasta llegar a la absoluta nada que representa hoy Tony Blair. El fabianismo que adoptó Shaw, y muchos de los grandes escritores de la época, tan abundante en ellos, toma su nombre del general romano Fabius Cunctator, o el que retrasa, el lento. Ésa era su doctrina: poco a poco, cambiar las cosas sin que nada se rompa... No creo que se pueda negar que la irritante y exclusiva separación en clases sociales que dominaba en la época de Shaw haya ido desapareciendo y que una relativa igualdad esté instalada hoy en la atónita isla que no sabe si inclinarse hacia Europa o hacia Estados Unidos.



Esa diferencia abismal entre clases sociales, con la seguridad de que las altas o aristocráticas eran completamente imbéciles, forman parte del teatro de Shaw, como de otro irlandés, Oscar Wilde (se vieron sólo cuatro o cinco veces en la vida, se enviaban libros dedicados y, al final, Shaw firmó peticiones para que indultaran a Wilde: sin éxito). En Pigmalión, o sea, en My fair lady, la tesis de Shaw explica que la única diferencia entre unos y otros consiste en un idioma, una prosodia, un vocabulario, y unas ropas, una manera de andar y de mover los brazos...



El profesor Higgins apuesta con su amigo el coronel Pickering a que una muchacha de la calle que pudiera ser suficientemente educada en la superficie, y sin preocuparse del fondo de sus conocimientos, puede estar fácilmente, en seis meses, en condiciones de asistir a la gala social más importante de la temporada de Londres y saludar a alguien de la familia real como una distinguida criatura de la alta sociedad. La chica elegida es una lenguaraz y gritona florista que vende a la salida de la ópera, en el Covent Garden. Todo lo que se diga de la representación filmada de Audrey Hepburn será insuficiente; aun así, su papel se queda reducido junto al de Rex Harrison y a su pronunciación inglesa, y a su manera de cantar recitando, o recitar cantando, en un inglés maravilloso: quizá vaya contra la tesis de la película/comedia porque está por encima de la aristocracia real. Cuando lleva a su Galatea -es innecesario decir que el nombre de la comedia original, Pigmalión, reproduce el mito clásico de su creación y amor por Galatea- a la inauguración de Ascot quedan visibles la estupidez de la clase aristocrática, la superioridad humana de la antigua florista, el éxito de la educación lingüística y de maneras londinense de la época eduardiana con el rey Jorge apuntando ya en lo que habría de ser un cambio decisivo. Al decir "maneras" recuerdo una frase del otro gran irlandés refiriéndose a la misma sociedad: "Maneras antes que morales" ("Manners before morals", dice un personaje de La importancia de llamarse Ernesto), y hay un momento en la obra de Shaw, que no se salta My fair lady, en el que el moralista es el quizá basurero, quizá simplemente uno de la calle, que es el padre de la florista, decidido a vendérsela bien a Mr. Higgins, en uno de los trozos más burlones de la obra. Ah, este Doolittle terminaría más adelante dando conferencias en los círculos puritanos de la ciudad...



Pero no puedo saltar simplemente la escena del primer día de las carreras de Ascot -mediados de junio- sin recordar los trajes de Cecil Beaton, el desfile de modelos, el juego de blanco y negro dentro de una película a todo color. Cecil Beaton comenzó como fotógrafo, lo fue de la familia real, sus fotografías convirtieron en personajes de la corte de Londres a quienes lo eran de Hollywood -de Marlene a Marilyn, y su Marlon Brando- y dio su elegancia a Vogue, que a su vez se la dio a Europa... Recuerdo una tarde en una playa de Tánger: mi hijo, Eduardo Haro Ibars, me dijo discretamente: "Cuando puedas, vuelve la cabeza y verás qué tres divinos". Lo hice, y les saludé con jolgorio: eran sir Cecil, Luis Escobar, Vitín (Víctor María) Cortezo: tres grandes creadores de belleza, ya en la edad donde se pierde toda, pero no el porte. Nos hicieron ir a su mesa. Creo que estaban más interesados en conocer a Eduardo que a mí.



Todo el trabajo que me cuesta separar la comedia de Shaw de la película de Cukor, y cómo las mezclo en la memoria, es porque se consiguió con ella algo que solía fallar siempre: que una traslación a filme, y sobre todo a un musical (de Lerner, magistral en el género), no perdiera su conexión con el original: una película de 1964 podía ser una comedia de 1913; dos guerras entre una y otra, y 40 años desde el filme hasta nuestros días, con cambio de siglo y guerras de civilizaciones, imperios y resistentes, no sólo no la han envejecido, sino que le dan unas calidades nuevas. Como los argentinos dicen de Gardel que cada día canta mejor, se puede decir de esta obra de Shaw, Cukor, Beaton, Lerner, Rex Harrison, que cada día está mejor."





Links:





(Por cierto, quien canta en la película creo que es Julie Andrews).

1 comentario:

Susana Peiró dijo...

Qué placer leerte!

Se me han agolpado los recuerdos, de manera que mejor me ordeno para compartirlos con Vos.

A Pigmalión y Galatea me lo regalaron en forma de pequeñito libro cuando tenía unos doce años más o menos. Nunca lo olvidé y de tanto en tanto la mención de esta leyenda está presente en mis artículos.

Bernard Shaw es parte de mi adolescencia y vida adulta. Y por supuestísimo recuerdo "Pigmalión" (aunque no tanto la peli, y no sabés qué entusiasmo me produce verla o volverla a ver!)

Me gusta tu mirada sobre la obra, sin dudas esa "denuncia" sobre la sociedad de la época, puede aplicarse incluso al snobismo actual.
La mezcla de humor para aligerar el dramatismo, las introducciones antes de cada acto, los diálogos -imperdibles- y ese final que nuestro irlandés no quiso que fuera romántico, son un cóctel imperdible de una vieja literatura con mucho de actualidad.

Ah, no puedo olvidar a mi amado Wilde, gracias por traerlo a este Post!

Un precioso momento en tu blog, mi agradecimiento Amigo!